Si el sol muere
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«Tal vez el más extraordinario, el más honesto, el más preciso, y por último, el más conmovedor libro de entre los muchos que se han escrito acerca de la aventura del hombre en el espacio». Fue el comentario autorizado del «New Yorker» a la edición americana de Si el Sol Muere de Oriana Fallaci, publicado en Italia por Rizzoli en 1965 y luego traducido en once países. En la década de los sesenta, Fallaci, que era ya una escritora de renombre y enviada de «L’Europeo», pasa largas temporadas en Estados Unidos entre los astronautas y los investigadores de Cabo Kennedy. Los observa, los examina, los interroga. El resultado es el diario de una mujer que vive su tiempo afrontando con curiosidad y entusiasmo los descubrimientos de la ciencia y la tecnología, pero ve la empresa espacial con miedo y muchas dudas. El relato toma, en parte, la forma de un diálogo imaginario con su padre. Con él, Oriana discute argumentativamente, consciente de la distancia que los separa: el anciano, el padre, que se aferra a la autenticidad de las cosas, los árboles y la tierra que han alimentado a generaciones. Y la hija, que lleva a cabo su investigación en el «nuevo mundo», se pregunta a precio de qué felicidad o desdicha el individuo conquistará la Luna y los otros planetas. «Si el Sol muere,» le había dicho Ray Bradbury en un memorable encuentro «nuestra raza muere con el Sol… y muere Homero, y muere Michelangelo, y muere Galileo. Salvémoslos, por tanto, salvémonos». Tras su apasionante viaje, «llena de desesperado optimismo», Fallaci se confía al futuro. «Cueste lo que cueste… viviremos allí arriba».
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